LA ORQUESTA FILARMÓNICA DE VIENA Y ESPAÑA

“De albricias y enhorabuenas estamos los aficionados y dilettanti granadinos con la noticia gratísima de la celebración de los conciertos musicales en la Alhambra. La Comisión de Festejos merece gratitud por el feliz acuerdo de contratar la novísima Orquesta Sinfónica, bajo la dirección competente y entusiasta del maestro Arbós, en el artístico patio del Palacio de Carlos V, que parece construido ad hoc para tan noble fiesta. De seguro que la noticia producirá una mayor concurrencia de forasteros, y de esos que por su posición social y más larga estancia entre nosotros ofrecen mayores beneficios al comercio, dando mayor lustre y esplendor al aspecto del público, por las bellas y elegantes mujeres que de aquellos suelen formar parte”.

En El Defensor de Granada del 29 de abril de 1906, se daba la grata noticia de la presencia de la mejor orquesta española del momento (y casi la única), la Sinfónica de Madrid, heredera de la que hasta entonces se había ocupado de los llamados Conciertos de la Alhambra, es decir, de la extinguida Sociedad de Conciertos. Ciento dieciocho años después, con lenguaje informativo menos recargado, la prensa nos anuncia la presencia, por primera vez entre las columnas del vetusto palacio del emperador cristiano, de la que muchas veces ha sido considerada mejor orquesta del mundo, la Filarmónica de Viena.

En sus ciento ochenta y dos años de vida, poco se ha dejado ver la insigne agrupación por tierras hispánicas. Reacia a abandonar las orillas del Danubio, la Filarmónica agotó el siglo XIX sin visita alguna. Fue en 1900 cuando, de la mano de quien era su director, nada menos que Gustav Mahler, participó en la Exposición Internacional de París. A partir de entonces, todos los países que se preciaran intentaron su contratación. El primer tanteo recogido por la prensa en España se hizo desde el Liceu barcelonés en 1926. Cuando muy felices se mostraban ya en la ciudad condal, la prensa, en lacónico comunicado, lamentó “los honorarios totalmente inabarcables” que pretendían los austriacos y la imposibilidad de llegar a un acuerdo. En 1944, desde la Sociedad Sevillana de Conciertos, su presidente aseguraba contar con la Orquesta, aunque suponemos que los acontecimientos bélicos, que en un principio facilitaban la presencia de músicos de las potencias germanas del Eje, dejaron en agua de borrajas dicha pretensión.

Durante todos esos años, la única forma de escuchar la Filarmónica sin peregrinar a Viena fue echando mano de los primitivos reproductores de sonido o fonógrafos, o a través de las ondas radiofónicas, ya en los años treinta. Y, como dato curioso, también la agrupación vienesa pudo oírse en los teatros reconvertidos en salas cinematográficas (el Salón Nacional y el Coliseo Olympia en Granada), utilizadas en las producciones germano-austriacas de 1933 Vuelan mis canciones, que recreaba la vida de Schubert, y un año después, en Mascarada, un enredo amoroso en la alta sociedad vienesa con valses de Johann Strauss. Finalmente, en 1944, el nuevo Aliatar Cinema ofrecía a través de la gran pantalla a los granadinos la posibilidad de escucharla en la película Sangre vienesa, basada en la opereta de Strauss.

Por fin, a primeros de junio de 1955, en el Expreso Lusitania procedente de Lisboa, llegaron a Madrid, y a España por primera vez, la Filarmónica vienesa con su director, Karl Böhm, sucesor, aunque todavía sin titularidad, del fallecido Wilhelm Furtwängler. Los madrileños quedaron encandilados con Las travesuras de Till Eulenspiegel de Richard Strauss, Sinfonía Júpiter de Mozart, la Séptima Sinfonía de Beethoven y, de regalo, el Vals del Emperador.En una entrevista concedida a la revista Ritmo, el maestro austriaco rememoró su primera actuación en España con la Filarmónica de Berlín en 1941. También manifestó los buenos augurios que le suscitaba el Festival Internacional de Música y Danza de Granada, ese año en su cuarta edición, y demostró su conocimiento acerca de la música española, especialmente sobre la Orquesta Nacional de España y su joven director, Ataúlfo Argenta, quien, tres años después, fue invitado para hacer su debut con la Filarmónica de Viena, previsto para abril de 1958 (si bien su trágica muerte, tres meses antes, lo impidió). Ya de regreso a Viena, también actuaron los austriacos en Bilbao.

A la Filarmónica siempre le ha acompañado una merecida fama de inmovilista. Fue la última orquesta de las principales en admitir la presencia de mujeres en su plantilla, nada menos que en 1997. Y es que desde su creación se enfundó ese concepto de severidad germana, concepto que no ha abandonado del todo en sus más de ciento ochenta años de historia, aunque en las últimas décadas, arrastrada por el lógico e imparable aperturismo social, ha ido admitiendo influencias foráneas y repertorios diversos.

Como decíamos, su reticencia a abandonar ni por unos días su Viena natal ha ido cambiando, hasta el punto de que hoy en día sus giras y conciertos por todo el mundo son habituales. Tras su encuentro con España, pasaron tres años para que se dejase caer de nuevo por estas tierras. Fue en el Palau de la Música Catalana de Barcelona, con Carl Schuricht al frente.

Madrid y Barcelona han sido las ciudades más favorecidas con la presencia de los vieneses. A continuación, señalo someramente qué ciudades españolas han recibido hasta la fecha su visita, y también, el maestro que la acompañó en cada una de ellas: Madrid (Karl Böhm, 1955; Istvan Kertesz, 1972 y 1988; Leonard Bernstein, 1984; Claudio Abbado, 1988 y 1992; Christoph von Dohnanyi, 1988; Riccardo Muti, 1990; Zubin Mehta, 1993, 1994 y 1998; Lorin Maazel, 1998; Seiji Ozawa, 2001; Daniel Barenboim, 2007; Daniele Gatti, 2012; Andrés Orozco-Estrada, 2016, y Gustavo Dudamel, 2018); Barcelona (Carl Schuricht, 1958; Karl Böhm, 1965 y 1969; Istvan Kertesz, 1972; Leonard Bernstein, 1984; Claudio Abbado, 1992; Zubin Mehta, 1998, 2000, 2008 y 2020; Daniele Gatti, 2012; Daniel Harding, 2016; Reiner Honeck, 2016; Gustavo Dudamel, 2018, y Christian Thielemann, 2021); Palma de Mallorca (Karl Böhm, 1967, 1969); Valencia (Giuseppe Sinopoli, 2000, y Daniel Barenboim, 2007); Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife (Lorin Maazel, 1998 y 2009); Sevilla (Istvan Kertesz, 1972, y Claudio Abbado, 1992); Bilbao (Karl Böhm, 1955), y Zaragoza (George Prêtre, 2007). Este mes de junio, Oviedo y Granada se unirán a esta selecta nómina.

Tampoco los compositores españoles lo han tenido fácil para que su música fuese programada por la intransigente Filarmónica de Viena. En su dilatada historia tan solo han sido unos pocos los distinguidos con tal honor: Pablo Sarasate, que como violinista actuó en varios conciertos, anunciados además como “Conciertos Sarasate”, en los que demostró su virtuosismo con los conciertos de Mendelssohn, Brahms o Bruch, o los a él dedicados de Lalo y Saint-Säens, así como con algunas piezas de su autoría. En nueve ocasiones, entre 1877 y 1898, actuó el navarro en el Musikverein con los míticos Hans Richter, Josef Hellmesberger y Johann Nepomuk Fuchs. También el violinista catalán Joan Manén estrenó en 1913 Concierto Grosso, en la que además tocó la parte de violín solista bajo la dirección de Felix Weingartner.

En 2002, el director John Elliot Gardiner puso en los atriles de la Orquesta la Sinfonía en re mayor de Juan Crisóstomo Arriaga. Y de aquí ya pasamos a la célebre triada del nacionalismo musical español: Manuel de Falla, de quién se han escuchado sus cuatro obras más universales: Noches en los jardines de España (Hans Knapperbusch / Magela Tagliafero, 1929; Sidney Beer / George Copeland, 1935; Ernest Ansermet / José Cubiles, 1942, y Daniel Barenboim -dirección y piano-, 2009); El sombrero de tres picos -suite n.º 2- (Clemens Krauss, 1941; Ernest Ansermet, 1943; Riccardo Muti, 2002, 2005, 2006, 2007 y 2024); El amor brujo -suite- (Wheeler Beckett, 1930); La vida breve -danza n.º 1- (Robert Fanta, 1945, y Clemens Krauss, 1951). De Isaac Albéniz y Enrique Granados, la orquestación de alguna de sus piezas para piano: (Artur Rodzinski, 1936; Clemens Krauss, 1941, y Eleazar de Carvalho, 1954 y 1955). En 2003, Semyon Bychkov estrenó Adagio en forma de rondó de Cristóbal Halffter, y en 2018, Gustavo Dudamel, en la noche de verano de Schönbrunn, lanzó de forma vertiginosa como bis el intermedio de Las bodas de Luis Alonso de Gerónimo Giménez.

Seguimos con este somero repaso enumerando los intérpretes españoles que han colaborado con la Filarmónica de Viena: Pablo Sarasate y Joan Manén (ya comentados por coincidir su faceta de violinistas y compositores); el barítono Mariano Padilla, alumno en la Escuela de Canto y Declamación de Granada del legendario Giorgio Ronconi, que actuó en 1876 bajo la dirección de Luigi Arditi; la no menos legendaria soprano Adela Patti (Hans Richter, 1876 y Josef Hellmesberger, 1885); el violonchelista Pau Casals (Frank Schalk, 1913; Robert Heger, 1927; Clemens Krauss, 1932; Wilhelm Furtwängler, 1933, y Bruno Walter, 1937); los pianistas José Cubiles (Ernest Ansermet, 1942), Alicia de Larrocha (Claudio Abbado, 1988) y Javier Perianes (Andrés Orozco-Estrada, 2016); los cantantes Pilar Lorengar (Karl Böhm, 1965), Teresa Berganza (Leopold Hager, 1985), Alfredo Kraus (James Levine, 1986) y Plácido Domingo (Leonard Bernstein, 1970 y 1991; Herbert von Karajan, 1975, y Daniel Barenboim, 2014).

Y, por último, documentamos la tampoco demasiado amplia lista de españoles que han tenido la oportunidad de dirigirla: Jesús López Cobos (1972), Miguel Ángel Gómez Martínez (2003), el cantante Plácido Domingo (2006 y 2018) y Pablo Heras-Casado (2016).

El próximo 23 de junio, el joven director italiano Lorenzo Viotti, bajo el infinito firmamento que corona el patio del Palacio de Carlos V, dará entrada a la algazara con que se inicia la obra de Nikolai Rimsky-Korsakov Capricho español (obra que se escuchó por primera vez en Granada, en los “Conciertos de la Alhambra” de 1923, a la Orquesta Filarmónica de Madrid bajo la dirección de Bartolomé Pérez Casas). Será la primera vez que ese característico sonido que tan especial hace a la agrupación vienesa se proyecte sobre el histórico espacio de la Alhambra. Los venturosos que hayan podido adquirir una entrada a buen seguro que gozarán con la simbiosis que resulte de tan selecta combinación arquitectónica y musical.

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